19 de agosto de 2008

En la soledad de mi Felicidad

Hoy solo andaba buscando “La Hermana”, de Sandor Marai, y bueno, hace bastante frío aún, tengo la cabeza con los adornos del aromo que sale cerca de la panadería así que por más que demuestro circunspección parado junto al librero, nadie me mira con mucho respeto.

Por más que busco mi libro, no logro encontrarlo, aunque en la soledad de mi empresa tengo mucho tiempo, nadie va a revisar los mismo que yo o estará esperando que me mueva de mi sitio para ensuciarse las manos trajinando libros sobre aperturas o novelas; obvio, son los “stand” de los libracos de autoayuda los que se llevan la atención y la popularidad, finalmente, esto se llena de vejetes que se agrupan tal cual los veo todos los días entrando a los vagones del metro, como si la felicidad se encontrara en una de esas hojas, perdida por ahí, escondida tras el marca páginas de una universidad en la que alguna vez se consultó, justamente, con el mismo objetivo : pavimentar la felicidad.

Pero aún me resulta extraño entregarme a esa idea, la gente mira las fotos del pasado como si esa misma placidez se hubiera quedado prendada en una hoja con más de doscientos colores o si esa tranquilidad fuera un objetivo a cumplir en un próximo vencimiento.

La felicidad está ahora, no fue, ni será; está sobre mí, serpentinamente, abriéndome la boca y mostrando mis dientes, llenando mis ojos de colores con su efecto alucinógeno poco encontraré por ahora en un libro de autoayuda o en una foto del pasado…

Aunque es poco lo que puedo esperar, mi mamá tiene unos lentes que hacen que se le vean los ojos gigantes y cuando entro a la casa tiene un libro con una tapa de colores, le corrí los dedos de las manos para poder entender el título de lo que ella lee, pero es fácil ver que dice “Mis zonas erróneas”.
Ahí me di cuenta que, en toda mi vida, tengo traidores y espías.

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